El Papa Francisco en Ecatepec: misa y Ángelus

En su tercer día en México, Francisco celebró una misa multitudinaria en Ecatepec, Estado de México. Recogemos algunos extractos de su homilía, en la que habló de la cuaresma como tiempo propicio para recordar que somos hijos de Dios, y del Ángelus que pronunció al finalizar la celebración Eucarística.

Durante la homilía que pronunció en la misa celebrada en el Centro de Estudios de Ecatepec (Estado de México), Francisco habló de la cuaresma como un tiempo especial para recordar el bautismo, momento en el que las personas se convierten en hijos de Dios.

“Nuestro Padre es el Padre de una gran familia, es nuestro Padre. Sabe tener un amor único pero no sabe generar y criar ‘hijos únicos’. Es un Dios que sabe de hogar, de hermandad, de pan partido y compartido. Es el Dios del Padre nuestro no del ‘padre mío’ y ‘padrastro vuestro’”.

El sueño de ser hijos de Dios, testimoniado por tantas personas y mártires a lo largo de la historia, sin embargo, está amenazado por el “padre de la mentira”, que busca separar, generar una sociedad dividida y enfrentada. El Papa explicó que hay tres grandes tentaciones que rompen la imagen que Dios ha querido plasmar, que intentan arruinar la verdad a la que hemos sido llamados y que buscan degradar y degradarnos:

“Primera, la riqueza, adueñándonos de bienes que han sido dados para todos y utilizándolos tan sólo para mí o ‘para los míos’. Es tener el ‘pan’ a base del sudor del otro, o hasta de su propia vida. Esa riqueza que es el pan con sabor a dolor, amargura, a sufrimiento. En una familia o en una sociedad corrupta, ese es el pan que se le da de comer a los propios hijos. Segunda tentación, la vanidad, esa búsqueda de prestigio en base a la descalificación continua y constante de los que ‘no son como uno’. La búsqueda exacerbada de esos cinco minutos de fama que no perdona la ‘fama’ de los demás, y ‘haciendo leña del árbol caído’ va dejando paso a la tercera tentación, la peor, la del orgullo, o sea, ponerse en un plano de superioridad del tipo que fuese, sintiendo que no se comparte la ‘común vida de los mortales’, y que reza todos los días: ‘Gracias te doy Señor porque no me has hecho como ellos’”.

Al recordar el pasaje evangélico en el que Jesús es tentado por el demonio, el Papa dijo que al diablo sólo se le vence con la Palabra de Dios. “Si nos acordamos lo que escuchamos en el Evangelio, Jesús no le contesta al demonio con ninguna palabra propia, sino que le contesta con las palabras de Dios, con las palabras de la Escritura. Porque, hermanas y hermanos, metámoslo en la cabeza, con el demonio no se dialoga, no se puede dialogar, porque nos va a ganar siempre. Solamente la fuerza de la Palabra de Dios lo puede derrotar. Hemos optado por Jesús y no por el demonio; queremos seguir sus huellas pero sabemos que no es fácil”.

Afirmó que sabemos lo que significa ser seducidos por el dinero la fama y el poder, por lo que la Iglesia regala el tiempo de cuaresma y nos invita a la conversión con una certeza: “Él nos está esperando y quiere sanar nuestros corazones de todo lo que degrada, degradándose o degradando. Es el Dios que tiene un nombre: misericordia. Su nombre es nuestra riqueza, su nombre es nuestra fama, su nombre es nuestro poder y en su nombre una vez más volvemos a decir con el salmo: ‘Tú eres mi Dios y en ti confío’. ¿Se animan a repetirlo juntos? Tres veces: ‘Tú eres mi Dios y en ti confío’. ‘Tú eres mi Dios y en ti confío’. ‘Tú eres mi Dios y en ti confío’”.

Durante el rezo del Ángelus, el Papa se dirigió a los cientos de miles de fieles que asistieron al Centro de Estudios de Ecatepec. Francisco habló de la importancia de recordar los orígenes, de tener memoria y recordó unas palabras que Pablo VI dirigió a México en 1970 e hizo un llamado a “primerear” aquellas iniciativas que ayuden a hacer de México una tierra de oportunidad: “Donde no haya necesidad de emigrar para soñar; donde no haya necesidad de ser explotado para trabajar, donde no haya necesidad de hacer de la desesperación y la pobreza el oportunismo de unos pocos. Una tierra que no tenga que llorar a hombres y mujeres, a jóvenes y niños que terminan destruidos en las manos de los traficantes de la muerte”.

Al final del Ángelus, Francisco pidió a la Virgen de Guadalupe que nos ayude a “resplandecer en el testimonio de la comunión, del servicio, de la fe ardiente y generosa, de la justicia y el amor a los pobres, para que la alegría del Evangelio llegue hasta los confines de la tierra y ninguna periferia se prive de su luz”.