Don Pedro Casciaro: una apasionante experiencia de fe

La vida de Pedro Casciaro se identifica con la realización del Opus Dei en México. A 15 años de su fallecimiento, presentamos algunos recuerdos que dan cuenta de su fidelidad firme, alegre y fecunda.

Don Pedro Casciaro (16/IV/1915 - 23/III/1995).

Tuve la oportunidad de conocer a Pedro Casciaro, doctor en matemáticas por la Universidad Complutense de Madrid, siendo él director de la Residencia Universitaria Samaniego y profesor de la Universidad de Valencia, España. Coincidí después con él en Madrid durante mis estudios universitarios y tras su ordenación sacerdotal en 1946.

Volvimos a convivir largamente en México a partir de mi llegada en 1951 ya como sacerdote del Opus Dei. Lo traté entonces intensamente. En su rica personalidad y en su correspondencia a la gracia divina, siempre vi un reflejo vivo de cómo acoger la voluntad de Dios según el espíritu de san Josemaría Escrivá. Como yo, muchas otras personas pudieron dar fe de esa fidelidad. En seguida, algunos de esos recuerdos.

«Hacia 1972, en Montefalco se habían plantado unas magnolias. Cuando una de ellas dio una flor preciosa, muy blanca… la vio Don Pedro. Le dije que era la primera flor. Él contestó: “está muy bonita; se la podemos mandar al Padre a Roma, para que la vea él también; le va a gustar mucho”. Le dije que no aguantaba, que se moriría pronto. Entonces dijo: "que se muera junto al Sagrario". Me llamó la atención lo unido que estaba al Padre –su primer deseo fue que la viera él–, y su amor a Dios, pues quería que lo mejor fuera para Él», recordaba en 1998 Soledad García González.

Ramón Labiaga rememora: «Conocí a Don Pedro en mayo de 1949. Él entonces tenía 35 años, y yo 16. Para el comienzo de la labor apostólica en México, llevaba algunas cartas de presentación proporcionadas por personas de la Obra y amigos en España que tenían conocidos en México. Entre ellos estaba mi padre. Supe que se entrevistó con él para darle a conocer la Obra y solicitarle ayuda para los comienzos de la labor apostólica; en esa conversación se enteró de que mi padre tenía diez hijos, y conoció sus inquietudes por nuestra formación. Meses después me comentaría Don Pedro que inmediatamente pensó haber encontrado una mina de oro porque vio las posibilidades apostólicas que le brindaba una familia tan numerosa –como así fue, puesto que de ella han salido varias vocaciones, incluyendo incluso la segunda generación–, e inmediatamente buscó el modo de establecer contacto con nosotros».

Una historia que no termina

Hubiera bastado un poco de su entrega, pero Pedro Casciaro lo dio todo y lo hizo con su característica elegancia, que no pasó inadvertida. En su admirable libro Soñad y os quedaréis cortos –una frase feliz del Fundador del Opus Dei–, nos narra buena parte de su propia historia y nos invita a seguir adelante (1). La historia de Pedro Casciaro no termina, trasciende.

Don Pedro con san Josemaría Escrivá.

«El Fundador de la Obra trataba a Pedro Casciaro con extraordinaria confianza, y más de una vez le oí ponderar el “sacrificio heroico de Pedro”; pero se divertía también con su ingenio y sus salidas impregnadas de suave ironía», dice de él el historiador José Orlandis (2).

Una visión sobre su fructífera vida nos la ofreció desde Roma el abogado Michele Curatola con fecha 26 noviembre de 1997: «desde enero 1959 a noviembre 1963 tuve el placer de compartir con Pedro Casciaro la vida en familia y, por tanto, escuchar de su viva voz la narración de la apasionante experiencia de fe y de madurada esperanza, primero junto a nuestro Padre [el Fundador del Opus Dei] en los difíciles años de la guerra civil española, y después, durante el decenio transcurrido en México para iniciar la labor del Opus Dei».

Ahora es Mons. Francesco Angelicchio quien comenta: «Ha sido importante la ayuda, el consejo y la misma presencia en Italia de Don Pedro, tanto para los directores como para los miembros de la Obra. Por el solo hecho de haber estado tan cercano al Fundador, de haber sido protagonista de la historia fundacional del Opus Dei, de los primeros viajes apostólicos a tierras lejanas para abrir o consolidar el camino de nuestra familia en tantas regiones, y por sus cualidades de gobierno, de equilibrio, de optimismo y de total fidelidad al Padre, todos nosotros los italianos, hemos recibido de este hermano nuestro sacerdote un sentido de seguridad y un fuerte apoyo para superar los momentos difíciles que hemos encontrado…».

Otra experiencia cualificada es la de Carlos Llano, protagonista del inicio de la labor apostólica del Opus Dei en México. El 23 marzo de 1995, recuerda, «hubo una fila interminable de personas que acudieron a despedirse de Don Pedro (...). Se retiró el féretro a través de la nave de la iglesia [de la Santa Vera Cruz], abarrotada a no poder más. Los asistentes prorrumpieron en un gran aplauso, que duró todo el tiempo en que el ataúd pasó por la nave».

El periodista mexicano Raúl Espinoza nos revela otro dato muy significativo: «Don Pedro Casciaro, en cierta ocasión, me contó confidencialmente que él era el protagonista del punto número 111 de Camino. Es el fragmento de una carta que le escribió al Fundador y que refleja de modo claro su amor apasionado a Jesucristo: “Me has hecho reír con tu oración... impaciente. –Le decías: no quiero hacerme viejo, Jesús... ¡Es mucho esperar para verte! Entonces, quizá no tenga el corazón en carne viva, como lo tengo ahora. Viejo, me parece tarde. Ahora, mi unión sería más gallarda, porque te quiero con Amor de doncel”».

Había que hacer el Opus Dei

No deben soslayarse las referencias al recio carácter de Don Pedro, que no sólo no empaña su personalidad, sino que, como el sombreado de un paisaje, la realza y embellece. Y a nosotros nos conforta en nuestra lucha personal contra los propios defectos; mejor dicho, en servirnos de los defectos propios y ajenos para nuestro bien.

Pedro Casciaro tenía que corregir con eficacia, sobre todo nuestras pequeñas desviaciones personales del rumbo. ¡Qué cómodo hubiera sido no hacerlo! En él, hombre de gobierno y pastor de almas, se perfilan la lucidez y la firmeza para exigir la fidelidad inflexible a un carisma y a una tarea expresa, que eran mucho más que “hacer una cosa buena". Se trataba –y de eso se sigue tratando– de «cumplir un mandato imperativo de Cristo» (3): había que hacer el Opus Dei, la Obra de Dios.

Y junto a la firmeza, la dulzura del amigo, del pastor que rebosa en su atrayente conversación, en sus consejos directos con referencias explícitas a lo que haría o diría en cada caso el Fundador del Opus Dei. Además, su predicación era jugosa y exigente, fruto de la lectura meditada del Evangelio, del estudio de la fe católica y de la propia y tenaz lucha interior.

Durante su larga ausencia de México, entre 1958 y 1966, trabajó de nuevo estrechamente junto a san Josemaría en Roma y tuvo también un papel protagónico en los comienzos del Opus Dei en Kenia –hoy una labor apostólica floreciente– y en Nigeria... Disponemos de los testimonios entrañables de algunos keniatas que trataron a Pedro siendo muy jóvenes, entre ellos el de Anthony Muheria (4), quien conversó largamente con Don Pedro en Roma en 1992 y 1994 sobre el trabajo apostólico del Opus Dei y sobre la construcción del edificio de Strathmore University, recientemente terminada. «La labor apostólica estaba floreciente y había muchas solicitudes para inscribirse», nos dice. Y recuerda Anthony: «Claramente se veía cuánto se esforzaba para ser fiel a nuestro Padre [el Fundador del Opus Dei], como el camino seguro para ser fiel a Dios».

Un recuerdo final sintetiza lo que Don Pedro significa en la historia del Opus Dei. El viernes 5 de junio de 1970, hacia las 5 de la tarde, Mons. Josemaría Escrivá visitó a sus hijas del Opus Dei en la casa de la Administración y la Granja Escuela de Montefalco, Estado de Morelos, México. Entonces les dijo con gran cariño: «A Don Pedro tenéis que quererlo mucho; ha sido un instrumento fiel. Rezad para que sea santo. Yo lo quiero mucho porque gracias a él y con la ayuda de Dios se ha sacado la labor en México. Esta casa [Montefalco] está hecha con mucho amor; amor de todos mis hijos. Si a Hernán Cortés se le hubiera pedido que reconstruyera estas ruinas, no lo habría aceptado porque para esto hacía falta mucha fe y mucho amor».

(1) También contamos en México con la biografía de Pedro Casciaro escrita por el historiador Dr. Víctor Cano: Don Pedro Casciaro. Breve historia de un cura de ultramar. Minos Tercer Mileno. México, 2008.

(2) Cfr. Años de juventud en el Opus Dei, 1993.

(3) Camino, n. 942.

(4) Anthony Muheria nació el 27 de mayo de 1963 en Muranga, Kenia Central, fue ordenado sacerdote en el Opus Dei el 13 de junio de 1993. Tras el doctorado en Teología en junio de 1995, regresó a Kenia donde se ocupó de los trabajos pastorales de la Prelatura del Opus Dei, en la que estaba incardinado. Actualmente es obispo de Kitui (Kenia). Fuente: www.dioceseofkitui.org/gpage5.html

Pbro. Emilio Palafox