Comenté mi preocupación a varias personas, todas me decían lo mismo: "Reza a Don Álvaro". Ya había acudido a él, pero redoblé la petición.
Al llegar a casa y -cuando me disponía a seguir buscando- me fijé que encima de la cama había algo blanco, ¡el sobre! , ¡no daba crédito! Con gran nerviosismo, busqué la estampa de Don Álvaro, y, en voz alta (estaba sola) empecé a decir ¡gracias don Álvaro!, ¡gracias!
Reconozco que la devoción al beato Álvaro, ha ido en aumento: en ese momento, me sentí como se cuenta de Sto. Tomás: "si no lo veo no lo creo”.