“¡Miguel, que te vas a caer!”

El P. Miguel Moya, que desarrolla su labor sacerdotal en Aguascalientes, es un espléndido contador de historias, en especial si habla de sus años en el Opus Dei o de la foto que se tomó con san Josemaría, en Jaltepec.

Soy el padre Miguel Moya Ortiz, sacerdote del Opus Dei desde 1978, y antes ingeniero civil por la Universidad Autónoma de Guadalajara, ciudad de la que soy oriundo. Estudié filosofía y teología y, al final, hice un doctorado en derecho canónico en la Universidad de Navarra. Regresé a México en 1979, el 26 de junio.

¿Nos podría hablar de su familia?

Yo soy hijo de un campesino, que además era juez de paz del pueblo y jefe de la policía. Fuimos siete hermanos, cinco hombres y dos mujeres, entonces mi papá tenía que trabajar mucho para mantener a la familia.

Una tía mía era empleada del hogar de un señor que eventualmente fue mi padrino de primera comunión y mi segundo padre, pues mi papá murió de un infarto cuando yo tenía siete años. Desde antes del fallecimiento de mi papá, mi padrino le pedía a mis padres que me dejaran quedarme con él algunos días… y me fui quedando cada vez más tiempo. Cuando falleció mi padre, este señor le dijo a mi mamá: "Si usted no tiene inconveniente, yo me hago cargo de Miguel y se lo entrego cuando sea un profesionista". A mi madre no le gustaba mucho la idea porque quería recoger a sus "polluelos", pero, por otro lado, veía que ella no podía darme esa oportunidad, entonces me dejó ahí. Y por eso crecí con mi padrino Daniel, que era soltero, y que me adoptó prácticamente como su hijo. Es una época en la que recibí el cariño de mucha gente, nunca recibí un mal trato.

¿Cómo conoció el Opus Dei?

Lo conocí en 1957 de una forma muy curiosa. Tenía un buen amigo, que era el número uno de la clase y un día íbamos caminando cuando se acercó un fiel de la Obra, que nos conocía a los dos, y le dijo: "Fíjate que hay un club de música –mi amigo tocaba el piano- , ¿quieres ir a un lugar donde van a dar unas clases?" A mi amigo le molestó que la invitación fuera para él nada más, entonces volteó y me dijo: "Miguel, ¿vamos?". Yo respondí: "¡Vamos! ¿Cuál es el problema?". Al día siguiente fuimos al primer centro del Opus Dei que hubo en Guadalajara, que era una casa pequeñita en la calle de Américas. Me llamó la atención la amabilidad y el ambiente tranquilo. Para mí todo era novedad. El padre Roberto Lozano, que es de Monterrey y que vivió muchos años en Kenya, me recibió muy amable. Participamos en el club de música y fue muy divertido. Aquel día escuchamos a Mozart y a Beethoven, y yo aprendí mucho. Entendí que al centro del Opus Dei íbamos a recibir formación cristiana y formación humana y me gustó mucho. Soy del Opus Dei desde 1966.

¿Qué pasó entre 1957 y 1966?

Tenía muchos amigos que se fueron haciendo miembros de la Obra, pero yo era más chico que ellos, además, yo tenía ya algunos proyectos y no creía tener vocación. Pero Dios tenía otros planes. Alrededor del 64 ó 65 estaba haciendo la carrera y había empezado a trabajar en una constructora. Yo a veces le recuerdo a la gente que no nací con sotana, era un muchacho como todos, tuve novia, aunque nunca fui muy fiestero. En 1966 conocí a don Emilio Palafox, que es un hombre buenísimo, con un espíritu muy positivo, y embonamos muy bien. Y también congeniaba mucho con el encargado del club de música, pero al final fue el Espíritu Santo… Decidí pedir mi admisión al Opus Dei el 7 de diciembre, en la noche.

San Josemaría toma del brazo a Miguel. En segundo plano están el beato Álvaro, don Pedro Casciaro y Mons. Javier Echevarría.

Usted conoció a san Josemaría y al beato Álvaro. Platíquenos algo de ellos.

Los conocí en 1970, en Jaltepec. Como soy ingeniero, había estado trabajando en la casa porque había algunas cosas por terminar. San Josemaría llegó a Jaltepec un día por la tarde, y lo acompañaban don Álvaro, José Tena, el Lic. Pacheco… En algún momento José Tena me gritó: "¡Miguel, vente!". Yo salí disparado para saludar a san Josemaría. Habían ido a ver la laguna de Chapala, que se observa muy bien desde un jardín de Jaltepec, y venían caminando; yo iba corriendo y, como tenía la vista fija en nuestro Padre, no vi una piedra enorme que habían dejado como adorno. Don Álvaro vio que me iba a "montar" en la piedra y me gritó: "¡Miguel, que te vas a caer!". Me paré, rodeé la piedra y pues no me caí. Nuestro Padre me saludó como si me hubiera conocido de toda la vida, fue muy sencillo. Entonces, mi primera impresión de san Josemaría fue la de un hombre muy cariñoso, y la de don Álvaro la de una persona que se preocupaba de veras por mí.

Al día siguiente habían ido de nuevo a ver la laguna de Chapala. Venían de regreso y yo estaba por ahí. San Josemaría me tomó del brazo y le dijo a Pepe Tena: "Pepe, tómanos una foto a este hijo mío y a mí". Tomó a Pepe por sorpresa, entonces sólo volteó y tomó la foto, sin fijarse demasiado en el encuadre. Esa foto me la enviaron después en mi cumpleaños, diciéndome que la conservara como un recuerdo. Tiempo después me la llevé a Roma y le pedí a don Álvaro que le escribiera algo que no se me olvidara nunca, y él, por detrás, le puso: "Para Miguel M., Consummati in unum!".

¿Cómo resumiría su experiencia en el Opus Dei?

El ser del Opus Dei es una vocación, una llamada de Dios, y cuando fui laico aprendí a santificar mi trabajo. Tuve la fortuna de trabajar como ingeniero desde 1966 hasta 1974. A mí siempre me llamó mucho la atención el tema de hacer las cosas bien y para Dios, es decir la santificación del trabajo ordinario, que en aquella época aún sonaba como algo muy novedoso. Y también me impactó el gran amor a la libertad. Yo hacía las cosas porque quería. Y he ido aprendiendo a ser sacerdote y a vivir lo que siempre nos enseñó nuestro Padre: el sacerdote está para servir, el alma sacerdotal es servicio a los demás.