Celia, a los 90 y tan joven

En la víspera de la fiesta de santa Ana y san Joaquín, abuelos de Jesús, compartimos la historia de Celia, que a sus 90 años sigue trabajando profesionalmente y que hace poco tuvo la alegría de estar en la ordenación sacerdotal de uno de sus nietos.

Soy Celia Tapia Monteagudo. Nunca digo que soy viuda, así que siempre uso mi nombre de soltera.

Mi abuela fue miembro de la Tercera Orden de San Francisco y mi mamá fue presidente de la Acción Católica. Cuando mis hijos entraron a la universidad, empecé a investigar dónde había tercera orden o acción católica. Del Opus Dei había escuchado críticas y alabanzas, pero no sabía qué cosa era.

Un día, una vecina me invitó a una charla con un sacerdote de la Obra. Y del Opus Dei me gustó todo: la formación que dan, el ambiente…

Primero fui cooperadora del Opus Dei por una década y soy supernumeraria desde hace treinta años. Tengo cuatro hijos, diecisiete nietos, aunque uno ya murió, y dos bisnietos.

Andrés, uno de mis nietos, es sacerdote. Se ordenó en junio de 2015. Está muy contento. Fue una vocación verdadera. De repente se salió de la universidad y nos dijo que ya había visto algunos seminarios y que ya sabía a dónde se iba a ir. Sus papás se sorprendieron cuando dejó la universidad porque le había costado mucho trabajo entrar. Dijo que ya había cambiado de carrera y que iba a ser sacerdote.

A mí me dio mucho gusto. En la ordenación de Andrés estábamos muy felices. Ana Lucy [madre del P. Andrés] y yo nos la pasamos llorando de la emoción.

Sigo trabajando profesionalmente. Yo estaba trabajando cuando falleció mi mamá, pero mis hermanos me pidieron que dejara mi empleo porque la casa estaba de cabeza. Sabía cómo llevar la casa porque mi mamá, durante los cinco años que duró su enfermedad, me daba el gasto y me decía qué comprar. Durante los treinta años que estuve casada no trabajé, comencé a hacerlo después de enviudar. Ahora soy distribuidora mercantil independiente. Así se llama. Lo que hago es vender cosas por catálogo.

Visito a mis vecinos para enseñarles el catálogo y se los dejo para que lo vean con calma, al día siguiente regreso para recogerlo. Ellos me dicen si quieren algo o no. Generalmente me lo devuelven con pedido. También aprovecho las visitas para hacer apostolado y me hago amiga de ellos.

Así, toda mi casa está amueblada gracias a los puntos obtenidos de una de las marcas que vendo. Cumplo ya veinte años vendiendo sus productos. Tiene mucha demanda porque ofrece productos muy buenos, muy prácticos, y porque siempre tienen novedades y ofertas.