Casarse ha sido una odisea

Es frecuente que los jóvenes se vayan a vivir juntos sin pasar por el altar. Este fenómeno afecta también a las personas bautizadas. Sin embargo, en muchos de ellos pervive el deseo de encontrar un amor para toda la vida y formar una familia estable. Este artículo recoge tres historias -muy distintas entre sí- de parejas que se casaron después de un tiempo de convivencia en común. Los seis protagonistas hablan de un antes y un después de la boda. ¿Qué cambia?

Casarse no siempre es fácil. El año pasado en una de sus audiencias de los miércoles el Papa Francisco abordaba la cuestión así: “Debemos reflexionar seriamente por qué los jóvenes de hoy no quieren casarse, a pesar de que casi todos desean una seguridad afectiva estable y un matrimonio sólido".

En países como Italia, España o Portugal, se celebran un 50% de matrimonios menos que hace 25 años[1] pero los datos son la punta del iceberg de un amplio abanico de motivaciones. No es solo cuestión de dejadez. Cada historia está tejida con un montón de matices y dificultades: la falta de calidad de la vivienda y el trabajo, el miedo a fracasar en el compromiso… El pasado Sínodo de la Familia ha recordado a todos que la Iglesia siempre debe acompañar a las familias, sea cual sea su situación. Su misión siempre será “sanar las heridas y reavivar la esperanza”[2].

Angie y Sergio, el día de su boda

Un ratito cada domingo

Elena es católica romana, de rito greco-católico. Nació en Rumanía, en un ambiente comunista donde practicaban la fe a escondidas. A los 20 años se vino a vivir a España en busca de alguna oportunidad laboral. Al llegar, lo primero que hizo fue buscar una iglesia. El rito greco-católico es muy estricto con las formas, por ejemplo, hay que confesarse siempre antes de comulgar, las Misas duran dos horas… El cambio de liturgia escandalizaba a Elena y, cuando llamó a su madre para contárselo, ésta le dijo: “No vayas que seguro que es algo raro”.

Ella seguía queriendo vivir la fe pero moralmente vivía alejada de la Iglesia por las amistades, el ambiente… Pronto conoció a Jorge, que también es rumano (de religión ortodoxa pero no practicante). Empezaron a salir y ella se quedó embarazada. “Sabía que llevaba una vida que no estaba bien pero le pedía al Señor que, si me pasaba algo, me pillara confesada”.

En 2005 nació su hija y la bautizaron en la religión católica. A partir de ahí ella empezó a ir a la Iglesia los domingos pero no se atrevía a entrar, solo a pasear por fuera. El deseo de regularizar su situación era cada vez más fuerte pero tenía que convencer a Jorge. En 2008 estuvieron a punto de casarse pero cuando él se enteró de que tenían que hacer los cursos prematrimoniales se echó para atrás.

“SABÍA QUE LLEVABA UNA VIDA QUE NO ESTABA BIEN PERO LE PEDÍA AL SEÑOR QUE, SI ME PASABA ALGO, ME PILLARA CONFESADA”.

Un año después ella decidió hacer un ayuno fuerte durante cuarenta días para pedir a Dios que se solucionase su situación matrimonial: que se casara con Jorge o que separaran definitivamente. Por aquellos días decidió, además, buscar alguna parroquia greco-católica en Madrid.

Un sacerdote rumano de este rito, Vasile, que estaba en Madrid acababa de abrir una web con la información para la gente que quisiera ir a estas Misas (les dejan una capilla de la parroquia de Nuestra Señora de las Angustias, en Atocha) y así se encontraron.

Jorge y Elena comenzaron a acudir allí cada domingo y Vasile les fue dando un curso prematrimonial adaptado a ellos: un ratito cada domingo, después de la Misa. En mayo de 2010 se casaron en aquella Iglesia.

Al año siguiente, Elena se enteró de que el Papa vendría a Madrid para la JMJ y quiso acudir a uno de los actos. Subió en el metro con el carrito de su hija y allí conoció a Pilar, que es del Opus Dei, y un tiempo después pidió la admisión como supernumeraria. “Ahora sí que estoy cumpliendo con Dios. Lo que llevaba buscando toda la vida. Con Dios todo es más fácil”

La casa por el tejado

En Barajas los guardias civiles ya les conocían y, a veces, les dejaban entrar hasta la puerta de embarque para despedirse. Cada fin de semana Curro y Davinia volvían a acortar los 2.500 kilómetros que separan Zaragoza –donde él acababa de trasladarse- y la casa de los padres de ella, en las Islas Canarias. Pero el lunes había que estar otra vez trabajando, cada uno en su sitio.

Hacían viajes semanales de 2.500 km para poder verse.

Se habían conocido meses antes a través de internet. Los dos preparaban la misma oposición y solían conectarse a un chat con otros estudiantes para intercambiar apuntes. Empezaron a hablar cada vez más y un día Curro decidió coger un avión para conocer a la persona que le resultaba ya tan cercana.

Ambos venían de una familia cristiana y de pequeño él había estudiado en un colegio del Opus Dei, incluso frecuentaba un club juvenil. Sin embargo, “por la vida misma nos fuimos yendo por el camino de no practicar, que es más sencillo que practicar”. Los meses pasaban y, entre avión y avión, decidieron irse a vivir juntos. Davinia se trasladó a Zaragoza. La rapidez con la que transcurre la vida y la falta de dinero hicieron que ninguno se planteara la boda como algo prioritario. Ya llegaría “el momento perfecto”.

Tres años después todo seguía igual pero un día asistieron al funeral de una persona conocida y, al entrar en la parroquia de la Exaltación de la Santa Cruz, Curro se encontró con una imagen conocida, la de san Josemaría, que le trajo muchos buenos recuerdos a la cabeza. En aquella Misa, tanto él como Davinia sintieron por primera vez pena por no poder recibir la comunión.

“UNA VEZ QUE NOS DECIDIMOS ¡FUIMOS CAPACES DE ORGANIZAR LA BODA EN 3 SEMANAS! DURANTE 4 AÑOS LO HABÍAMOS TENIDO EN LA CABEZA, PERO SIEMPRE APARECÍAN LOS AGOBIOS".

Pasados varios meses, su amiga Berta les invitó a la beatificación de Álvaro del Portillo, el 27 de septiembre en Madrid. Aquel encuentro tumbó definitivamente todas las excusas y se pusieron manos a la obra para preparar la boda. “Una vez que nos decidimos ¡fuimos capaces de organizarla en 3 semanas! Durante 4 años lo habíamos tenido en la cabeza pero siempre aparecían los agobios: que si es mucho dinero, que si había que invitar a tanta gente… No había manera de seguir adelante. Sin embargo, estar cerca de Dios te imprime fuerza: ¡lo que bien empieza bien acaba!”, cuenta Curro.

Y Davinia continúa: “Hicimos un Curso prematrimonial de fin de semana, porque no había más tiempo, y nos encantó. Fue impartido por matrimonios que llevaban 20 años casados: Fueron unas charlas dinámicas, trabajos de grupos, comíamos todos juntos... cada uno venía de su padre y de su madre pero fue un fin de semana precioso que se nos pasó volando”.

Y por fin, llegó el día.

El 18 de noviembre Curro y Davinia se casaron en la misma Iglesia de aquel funeral de meses atrás. Fue una boda sencilla a la que solo acudieron sus padres, hermanos y algún amigo muy cercano. Han vuelto a la práctica religiosa y han puesto así la pieza que faltaba, aunque antes no habían sido del todo conscientes de que era así. Además, como ellos mismos reconocen, “acercarnos a Dios nos ha ayudado a estar mejor el uno con el otro y a compartir más cosas”.

Sanar situaciones

Sergio es médico y hace unos años pasó un tiempo en República Dominicana haciendo voluntariado. Allí conoció a Angie que estaba en el mismo lugar ayudando a Médicos sin Fronteras. Se enamoraron, volvieron juntos a España y se casaron por lo civil.

Los dos estaban bautizados y se sentían católicos. Sin embargo, no habían recibido mucha formación religiosa como para valorar la importancia del sacramento. Como sus familias vivían lejos pensaron que no era el momento de organizar una boda religiosa.

“A TRAVÉS DE LA AMISTAD DE ESE MATRIMONIO VIMOS CÓMO INFLUÍA LA GRACIA EN ELLOS, CÓMO LES AYUDABA EN LAS DIFICULTADES, CON SUS HIJOS, EN LA CONVIVENCIA”.

El tiempo fue pasando. Cuenta Angie: “nos mantuvimos cerca de la Iglesia, pero claro, sin estar en gracia de Dios. En estos 10 años que hemos estado juntos, conocimos el Opus Dei a través de Chari y su marido”. Chari es supernumeraria y trabaja en el mismo hospital que Sergio. La amistad entre las dos parejas surgió fácilmente. “A través de la amistad de ese matrimonio vimos cómo influía la gracia en ellos, cómo les ayudaba en las dificultades, con sus hijos, en la convivencia”.

Todo empezó con un trabajo de voluntariado.

El punto de inflexión clave fue cuando llegó el momento de la Primera Comunión de su hija. La niña pidió a sus padres un deseo: que ese día pudieran comulgar los tres juntos. Aquello fue definitivo para acabar de decidirse.

Angie y Sergio asistieron a catequesis durante unos meses y finalmente se casaron por la Iglesia. Y el día de la Primera Comunión los tres recibieron juntos la Eucaristía.

Los recién casados, en otro momento de la ceremonia


[1]Fuente:https://www.iglesiaendirecto.com/2015/10/12/por-que-los-jovenes-no-se-casan-algunos-motivos-y-datos/

[2]https://www.es.josemariaescriva.info/articulo/papa-francisco-que-este-sinodo-sirva-para-sanar-heridas-y-reavivar-la-esperanza