Carlos Llano Cifuentes: la sabiduría de darlo todo

El 5 de mayo de 2010 falleció Carlos Llano, hombre polifacético y trabajador incansable que dejó su impronta –personalísima e inconfundible– lo mismo en el ámbito académico que en el de la cultura y el desarrollo social.

Carlos Llano ocupó muchos cargos relevantes, recibió numerosos reconocimientos y se ganó la admiración de incontables personas. Siempre tuvo tiempo para, a pesar de su apretada agenda, hacer una pausa, saludar con un firme apretón de manos y demostrar, en breves instantes, su genuino interés por quien tuviera delante.

Maestro en el arte de querer, Carlos no hacía distinciones. A todos quería y de todos exigía lo que él sabía que podían aportar. Podrán atestiguarlo lo mismo un jardinero que el dueño de un corporativo. El Doctor Llano no distinguía niveles porque había aprendido bien a valorar a cada persona.

Hoy, al término de su vida terrena, es un momento propicio para recordar a Carlos Llano Cifuentes en su faceta más discreta aunque no menos conocida: fiel numerario del Opus Dei, al que perteneció desde 1949.

Ese dato no curricular –porque pertenece a la intimidad de la vida de fe– es, sin embargo, el motor que motivó su incansable labor y el más entrañable de una biografía que supo encarnar el espíritu de la Obra, que aprendió directamente de san Josemaría: santificar el trabajo, santificarse en el trabajo y santificar a los demás con el trabajo.

San Josemaría Escrivá, el Dr. Carlos Llano y Don Álvaro del Portillo en el IPADE (México, 1970).

Carlos vivió un rasgo singular que a nadie dejó indiferente: era un hombre de una alegría notoria y contagiosa. Encontrarse con el Doctor Llano era sucumbir a esa sonrisa espontánea que, acompañada de una mirada traviesa, nos dejaba sonriendo extrañamente, como quien ha sufrido un inesperado hechizo.

Mons. Javier Echevarría escribió a los miembros de la Obra en México una carta en la que, con paternal cariño, comparte su sorpresa por la inesperada muerte del Dr. Llano; “ha sido un verdadero mazazo ", y añade:

“Mirando las cosas con sentido sobrenatural, es lógico que –en medio del dolor– nos llenemos de gozo al considerar que Carlos estaba maduro para el Cielo, y el Señor se lo ha llevado consigo, para que ahora nos ayude mucho más".

Para confirmarnos en la certeza de que la muerte no rompe los vínculos fraternales sino que los fortalece y anima, el Prelado añade: “hemos de suplicar al Señor que tengamos permanentemente presente el buenísimo ejemplo de estos hombres fieles, que se han desvivido por servir a Dios y a sus hermanos".

Dotado de una especial sabiduría, pero sobre todo trabajador incansable, Carlos Llano secundó cada uno de los encargos que recibió de san Josemaría con la confianza puesta en Dios y con el horizonte que le dio su vocación: el llamado divino a hacer el Opus Dei.

Bajo esta óptica transformó sueños en instituciones, planes en acciones e ideas en equipos de trabajo que comandaba con rigor de líder y cariño de hermano. Carlos tenía mucho que dar porque ya lo había dado todo.

Así vivió Carlos Llano su vida entera. Una vida aparentemente larga que a quienes le conocimos se nos hace ahora demasiado corta. Sin embargo, lo despedimos con la alegría de saber que se ha marchado un hombre fiel, que amó apasionadamente la existencia porque vivió pendiente del momento en que Dios le llamara a su lado. Murió como hubiera querido hacerlo: en una jornada de trabajo.

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