De la economía al sacerdocio, lo importante es servir

El 4 de mayo Rodolfo Valdés, economista mexicano y 100% regio, recibirá la ordenación sacerdotal de manos de Mons. Javier Echevarría. En esta entrevista, entre otras cosas, nos explica que tanto en la Econometría como en el sacerdocio, es posible vivir el espíritu de servicio.

Rodolfo Valdés en la Plaza de San Pedro poco antes de iniciar la misa de inauguración del pontificado de Francisco.

Háblanos un poco de tu familia y de tu lugar de origen

Mis padres, Gustavo y Rebeca, son de Monterrey, lugar en el que hemos vivido casi toda la vida. Mi hermano mayor Gustavo se fue a trabajar a Austin, Texas, y mi hermana menor se irá a vivir con su esposo a Virginia. Así que somos 100% regios pero últimamente nos estamos internacionalizando.

En casa de mis papás aprendí, entre tantas otras cosas, a vivir la fe con naturalidad. Una familia estupenda con sus virtudes y – ¿por qué no decirlo?– con esos puntos en los que todos podemos mejorar. Desde pequeño he visto el afecto entre mis papás traducido en los detalles que hacen la convivencia diaria más agradable. Eso se reflejaba también en estar cerca de sus hijos: dando el apoyo en los problemas típicos en la escuela, con los amigos, etc. Y creo que esto es algo de lo que puedo aprender yo también para mi próximo ministerio: estar cerca de la gente, ser realmente como un padre para tantas almas.

Rodolfo Valdés en la Plaza de San Pedro poco antes de iniciar la misa de inauguración del pontificado de Francisco.

¿Qué aficiones tienes y qué te gusta hacer en tu tiempo libre? 

Suelo jugar futbol cuando puedo, más o menos una vez a la semana. Últimamente estoy aprendiendo también el tenis, ¡pero creo que todavía tengo mucho que mejorar! En todo caso, más que la práctica más o menos frecuente y a un alto nivel, creo que lo más importante es tener actitud deportiva: de hecho, a San Josemaría le gustaba comparar la lucha interior con el esfuerzo de los atletas por superar sus marcas, sin desanimarse ante los pequeños fracasos: “La lucha ascética no es algo negativo ni, por tanto, odioso, sino afirmación alegre. Es un deporte. El buen deportista no lucha para alcanzar una sola victoria, y al primer intento. Se prepara, se entrena durante mucho tiempo, con confianza y serenidad: prueba una y otra vez y, aunque al principio no triunfe, insiste tenazmente, hasta superar el obstáculo” (Forja, 169).

Otra cosa que me gusta del deporte es compartir el tiempo con los amigos: son momentos de conocer a los demás en otros ambientes, de esforzarse por una meta y también, por supuesto, de pasarlo bien. También por eso empecé a seguir a los Rayados, sobre todo porque era el equipo de mis amigos.

¿Cómo conociste el Opus Dei?

Fue de una manera muy normal. Cuando tenía alrededor de trece años me di cuenta de que algunos de mis amigos iban por el Club Arawaks, que promueven varios padres de familia y cuya formación espiritual está encomendada a la Obra. Me gustó mucho el ambiente, ver gente como yo que se sabía divertir pero que también procuraban ser buenos católicos. Pasó el tiempo y más tarde empecé a frecuentar los medios de formación del Opus Dei y entendí que, precisamente, más que una cuestión de “diversión”, se trataba de vivir la auténtica alegría que viene de un trato personal con nuestro Señor, y que eso daba sentido al resto de cosas que hacía. Mi estudio, la vida familiar, el tiempo con los amigos, todo encontraba su verdadero valor si ponía en primer lugar a Dios.

Dios no es un competidor con respecto a mis proyectos personales. Ser amigo suyo no implicaba olvidarme de las pequeñas y grandes ilusiones que llenan la vida.

Me di cuenta de que Dios no era un competidor con respecto a mis proyectos personales. Ser amigo suyo no significaba olvidarme de las pequeñas y grandes ilusiones que llenan la vida. Claro está que lo que sí implicaba era ponerlas siempre a su servicio, hacerlas ocasión de que muchas almas se acerquen a Él. Y así, entendí que el Señor me invitaba a vivir mi vocación cristiana en el Opus Dei, y pedí la admisión.

¿Cómo termina un economista siendo sacerdote?

Recuerdo que cuando le comenté a algunos amigos de la carrera que me iba a Roma a estudiar Filosofía y Teología, me preguntaban: ¿pero qué vas a hacer con la Econometría? ¿Y con las R2? Les parecía un cambio bastante radical respecto a lo que venía haciendo hasta entonces. En el trabajo –entonces yo estaba recién graduado y trabajaba en una consultora– un colega me comentó, con buena intención, que él pensaba que para cambiar el mundo se necesitaban sobre todo soluciones económicas y que no servían mucho los conocimientos abstractos, poco prácticos, que en su opinión eran los que daban las ciencias sagradas.

Por eso, no me extraña que alguno se pregunte cómo es que un economista puede terminar siendo sacerdote. Después de todo, los sacerdotes están más bien en las cosas de Dios, y su vida tiene que estar marcada por la dedicación desinteresada a la Iglesia y las almas. Y esto contrasta con la imagen que a veces se tiene de los economistas como gente enfocada en la maximización de las ganancias.

Sin embargo, creo que mi carrera profesional no ha sido un obstáculo para recibir la llamada al sacerdocio. San Josemaría predicó durante su vida que todas las actividades honestas de los hombres se podían santificar si las realizamos por amor a Dios y con sentido de servicio. Y creo que también –a pesar de las apariencias– los economistas pueden incorporar esta dimensión de servicio en su profesión; al menos, así intenté hacerlo yo durante mis años de estudio y durante el tiempo en que ejercí esta carrera. Si queremos, como Jesús nos enseñó, ayudar a los pobres, entonces es indispensable que los recursos en una sociedad se aprovechen bien. Y creo que esto es algo para lo que los economistas estamos, o deberíamos estar, preparados.

Cuando uno ejerce su profesión con espíritu de servicio, buscando el bien integral de la persona, se cae en la cuenta de que no bastan las soluciones económicas: es verdad que ayudan, pero todos notamos que el ser humano aspira a algo más trascendente. Esto lo pude notar claramente, por ejemplo, en los trabajos de voluntariado que organizábamos desde algunos centros del Opus Dei en Monterrey.

¿Por qué no nos hablas más de esas actividades de voluntariado?

Torre de una de las iglesias de la huasteca potosina en la que hacen labor social jóvenes de Monterrey.

Durante varios años, desde el Centro Universitario Monte Real íbamos varios jóvenes a pasar la Semana Santa y parte del verano en la huasteca potosina. Se trataba de realizar labores de ayuda social en algunas aldeas en condiciones económicas difíciles. Hacíamos de todo: pintar las paredes de una iglesia, excavar los cimientos para la construcción de casas, dar clases de higiene y salud, etc. Era bonito ver cómo universitarios, que podrían organizarse unas vacaciones mucho más cómodas, invertían ese tiempo para hacer un servicio a los demás. En realidad, los más beneficiados éramos nosotros mismos, al ver el recibimiento de la gente, su agradecimiento y la piedad, especialmente en los días de Semana Santa.

No sé si esa labor pastoral estaba “cambiando el mundo”, lo que sí resulta claro es que estaba transformando la vida concreta de muchas personas.

 Aquí abro un inciso que me parece que ilumina mi vocación sacerdotal. En aquellos viajes a la huasteca potosina, teníamos la posibilidad de que nos acompañara algún sacerdote de la Obra, que atendía espiritualmente a los universitarios que asistían a la actividad. Durante los ratos en que trabajábamos en las comunidades, el sacerdote aprovechaba para ayudar en la atención pastoral de estas zonas que también sufren la escasez del clero. Recuerdo ver las filas de penitentes delante del confesionario de la iglesia de la aldea, para recibir el sacramento de la Reconciliación. Y cómo participaban con un recogimiento admirable en la Santa Misa. Al final, era una de las cosas que más nos agradecían ahí: que se les hubiera facilitado la recepción de los sacramentos.

Volviendo al comentario de aquel colega de trabajo, no sé si esa labor pastoral estaba “cambiando el mundo”, lo que sí resulta claro es que estaba transformando la vida concreta de muchas personas.

 Recientemente el Papa Francisco invitaba a los sacerdotes a experimentar su unción “en las «periferias» donde hay sufrimiento” y a tener “olor de oveja”. ¿Qué cualidades debe tener un sacerdote ejemplar?

Estas palabras de su homilía durante la Misa Crismal me han ayudado mucho para reflexionar sobre la identidad del sacerdote, que consiste en vivir para Dios y para los demás.

Creo que el Papa nos está impulsando a salir al encuentro de todas las almas. Hay algunas que parecen que están olvidadas por la sociedad, por ejemplo, porque han sido marginadas y viven en condiciones de pobreza extrema. Otras, quizás en condiciones materiales altas, se han quedado en la “periferia” porque no hemos sabido salir a su encuentro.

Para llevar a Cristo a los que están en las distintas formas de “periferia” me doy cuenta de que será fundamental rezar mucho y celebrar los sacramentos, que son cauce de la gracia divina, del mejor modo posible. Me parece que así el sacerdote cumple su misión, y resulta accesible a todas las personas, que podrán percibir su “olor de oveja”: porque no se aísla, no rechaza a nadie y, en cambio, procura unir las almas a Jesús que es el Buen Pastor.