Hasta donde la vista alcanza

La mirada y la voz del Papa se extendieron por el Parque Bicentenario repleto de fieles que asistieron a la Santa Misa. Más tarde, reunido con los obispos en la Catedral de León, Benedicto XVI continuó demostrando que sus palabras son siempre cariñosas y también exigentes.

Desde el helicóptero donde viajaba Benedicto XVI bendijo el Cristo del Cubilete y con él a la multitud que le aguardaba en el Parque Bicentenario. Una muchedumbre que, desde la zona del altar, se extendía más allá de donde la vista alcanza.

Ya en tierra, el Papa sorprendió por primera vez en el día al realizar un tramo de su recorrido con un sombrero mexicano.

A él, a Cristo, le pedimos que reine en nuestros corazones haciéndolos puros, dóciles, esperanzados y valientes en la propia humildad.

Durante la Misa, el Papa explicó el por qué se eligió a Guanajuato como destino del viaje y enfatizó que seguir a Cristo supone la búsqueda, perseverante y alegre, del amor y la verdad que Dios nos ha manifestado en Jesucristo.

“Queridos hermanos, al venir aquí he podido acercarme al monumento a Cristo Rey, en lo alto del Cubilete. Mi venerado predecesor, el beato Papa Juan Pablo II, aunque lo deseó ardientemente, no pudo visitar este lugar emblemático de la fe del pueblo mexicano en sus viajes a esta querida tierra. Seguramente se alegrará hoy desde el cielo de que el Señor me haya concedido la gracia de poder estar ahora con ustedes, como también habrá bendecido a tantos millones de mexicanos que han querido venerar sus reliquias recientemente en todos los rincones del país. Pues bien, en este monumento se representa a Cristo Rey. Pero las coronas que le acompañan, una de soberano y otra de espinas, indican que su realeza no es como muchos la entendieron y la entienden. Su reinado no consiste en el poder de sus ejércitos para someter a los demás por la fuerza o la violencia. Se funda en un poder más grande que gana los corazones: el amor de Dios que él ha traído al mundo con su sacrificio y la verdad de la que ha dado testimonio. Éste es su señorío, que nadie le podrá quitar ni nadie debe olvidar. Por eso es justo que, por encima de todo, este santuario sea un lugar de peregrinación, de oración ferviente, de conversión, de reconciliación, de búsqueda de la verdad y acogida de la gracia. A él, a Cristo, le pedimos que reine en nuestros corazones haciéndolos puros, dóciles, esperanzados y valientes en la propia humildad”.

Por la tarde, durante el rezo de las vísperas, el Papa animó a los obispos de México y Latinoamérica a vivir “la hermosa tarea de anunciar el evangelio en estos pueblos de recia raigambre católica” apoyados en Cristo resucitado pues, añadió, “podemos proseguir confiados, con la convicción de que el mal no tiene la última palabra de la historia, y que Dios es capaz de abrir nuevos espacios a una esperanza que no defrauda”.

Les recordó también el ejemplo de los misioneros que trajeron la fe a Latinoamérica. “Ellos lo dieron todo por Cristo, mostrando que el hombre encuentra en él su consistencia y la fuerza necesaria para vivir en plenitud y edificar una sociedad digna del ser humano, como su Creador lo ha querido. Aquel ideal de no anteponer nada al Señor, y de hacer penetrante la Palabra de Dios en todos, sirviéndose de los propios signos y mejores tradiciones, sigue siendo una valiosa orientación para los Pastores de hoy”.

Al caer la noche, y fuera de programa, el Papa sorprendió a la muchedumbre que le esperaba afuera del Colegio Miraflores. No sólo aceptó una vez más el sombrero de charro, que esta vez le obsequió un grupo de mariachis, sino que se lo dejó puesto varios minutos mientras escuchaba, radiante, la música y la verbena popular. Dijo estar feliz de este viaje y que se lleva a México en el corazón. Añadió que ahora comprende muy bien por qué el beato Juan Pablo II solía decir, desde su primer viaje a nuestro país, que él era un Papa mexicano.

Así, con inmensa alegría, y a la espera de la ceremonia oficial de despedida, culminó el viaje pastoral del Papa a México, un viaje que derribó mitos y disipó dudas. Benedicto XVI es un Papa fácil de querer porque irradia su capacidad de amar.